La travesía comienza con una caminata en penumbra. Nos tomamos de los hombros del de adelante y dejamos que un guía nos conduzca, pareciera que puede ver en la oscuridad. Una vez en nuestros lugares, tenemos que esperar a que se acomode el resto. La espera es un tanto inquietante, no se ve nada. Pero nada. Es una sensación indescriptible. Siento que tengo los ojos cerrados, los quiero abrir, no puedo.
Finalmente, entre tanto murmullo inquieto, se escuchan las máquinas de escribir. Algunas están más cerca, otras más lejos. Nos invade el aroma a café y los protagonistas empiezan a hablar. Sus voces son bien diferentes entre sí, claramente reconocibles. Pero no los vemos, los imaginamos en su oficina.
Ellos no quieren más que escaparse de las presiones del trabajo y en eso irrumpe Cipriano, el cordobés de maestranza, que los lleva -y nos lleva- a viajar por el mundo, mientras muestra sus estrafalarios tatuajes y cuenta sus anécdotas de marinero.
Vamos a una playa caribeña en donde nos rodea el ruido del mar. En ese lugar paradisíaco, lo acompañamos a Cipriano y a su camarada a pescar y nos sorprende una tormenta en alta mar que nos moja y nos despeina. También vamos a China y recorremos una feria en la que los perfumes de las especias y las voces atolondradas llenan el espacio. Hasta llegamos a una tribu en el medio de la selva. Atravesamos la jungla, mientras sentimos el olor a tierra mojada y a vegetación, hasta zambullirnos en un lago con cascada, a la luz de la luna.
En todo momento se ponen en juego los otros sentidos. Ver ya no importa, sentir es lo elemental, escuchar, percibir. El Grupo Ojcuro con la pieza de Roberto Arlt, La Isla Desierta, logra lo impensado: entretener a una audiencia sin mostrar nada. Es una obra de teatro ciego que ya cumplió mil funciones y todos los fines de semana llena la Sala D de Ciudad Cultural Konex. Es novedoso, es una invitación a imaginar y es también, por qué no, ponerse un rato del lado del que no puede ver y sentir la inseguridad de la oscuridad.
Finalmente, entre tanto murmullo inquieto, se escuchan las máquinas de escribir. Algunas están más cerca, otras más lejos. Nos invade el aroma a café y los protagonistas empiezan a hablar. Sus voces son bien diferentes entre sí, claramente reconocibles. Pero no los vemos, los imaginamos en su oficina.
Ellos no quieren más que escaparse de las presiones del trabajo y en eso irrumpe Cipriano, el cordobés de maestranza, que los lleva -y nos lleva- a viajar por el mundo, mientras muestra sus estrafalarios tatuajes y cuenta sus anécdotas de marinero.
Vamos a una playa caribeña en donde nos rodea el ruido del mar. En ese lugar paradisíaco, lo acompañamos a Cipriano y a su camarada a pescar y nos sorprende una tormenta en alta mar que nos moja y nos despeina. También vamos a China y recorremos una feria en la que los perfumes de las especias y las voces atolondradas llenan el espacio. Hasta llegamos a una tribu en el medio de la selva. Atravesamos la jungla, mientras sentimos el olor a tierra mojada y a vegetación, hasta zambullirnos en un lago con cascada, a la luz de la luna.
En todo momento se ponen en juego los otros sentidos. Ver ya no importa, sentir es lo elemental, escuchar, percibir. El Grupo Ojcuro con la pieza de Roberto Arlt, La Isla Desierta, logra lo impensado: entretener a una audiencia sin mostrar nada. Es una obra de teatro ciego que ya cumplió mil funciones y todos los fines de semana llena la Sala D de Ciudad Cultural Konex. Es novedoso, es una invitación a imaginar y es también, por qué no, ponerse un rato del lado del que no puede ver y sentir la inseguridad de la oscuridad.
Vayan. Es imperdible.
4 comentarios:
in
creible
es como un radio teatro en 3D
quiero ir!
hoy te voy a preguntar más detalles, me diste ganas de ir a verlo!
Novedoso.
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