
Los 90 minutos de un partido del equipo del que soy hincha desde que tengo uso de razón no son más que minutos de pura ansiedad, ahogo y hasta desconcierto. Sigo a Racing Club de Avellaneda, y a mucha honra, por mi papá, por mi tío y por mi tío abuelo. Soy mujer, me gusta el fútbol, me gusta mirarlo y ser parte del folklore de este deporte. Sin embargo, desde hace unos años, Racing parece estar destinado a la mala leche y el sufrimiento. Y este torneo que acaba de terminar, llevó a mi equipo a jugar la promoción, al filo del descenso.
No voy a hablar de los problemas institucionales que tiene el club -que son bastante importantes y graves-, me voy a referir directamente al partido que el equipo tuvo que jugar ayer domingo frente a Belgrano de Córdoba, la revancha del que se jugó el miércoles pasado y que terminó con un lastimoso empate.
Lo vi desde mi casa y en el primer tiempo Maxi Moralez abrió el contador con un golazo que todos gritamos como si fuera el de una final del mundo. La Academia fue superior, como en el partido anterior, pero eso no era garantía de nada. El miércoles Belgrano había logrado empatar por un error de la defensa y, por qué no, por la tensión que había. Esta vez no era posible tal tropezón. Si bien Racing se mantenía en primera con un empate, no era lo más conveniente porque significaba que los cordobeses lo podían dar vuelta en cualquier momento. Había que ganar o ganar. Mantener el 1 a 0 ó liquidar con un gol más.
Durante el segundo tiempo, no hubo tiempo ni de respirar. Con el corazón en la boca, veía como Belgrano dominaba y tenía ocasiones de gol. Una pelota de Gigli que pegó en el travesaño y rebotó en la línea y una jugada de Bustos, que tuvo el arco vacío enfrente y le pifió, nos dejó a todos sin aliento. Increíble. Toda la suerte que Racing no tuvo en el campeonato se le juntó, afortunadamente, en este partido.
Los últimos minutos son eternos y los adicionales, más todavía. Finalmente, el árbitro fue generoso y pitó unos segundos antes del final, mientras las cámaras enfocaban a los fieles hinchas de La Academia que lloraban de la emoción.
Transpiramos la gota gorda, gritamos, puteamos, nos mordimos las uñas y todo eso que se hace cuando el fútbol -y Racing sobre todo- genera ansias y nervios incontrolables. Pero Racing es de primera y en primera se quedó. Qué alivio.
No voy a hablar de los problemas institucionales que tiene el club -que son bastante importantes y graves-, me voy a referir directamente al partido que el equipo tuvo que jugar ayer domingo frente a Belgrano de Córdoba, la revancha del que se jugó el miércoles pasado y que terminó con un lastimoso empate.
Lo vi desde mi casa y en el primer tiempo Maxi Moralez abrió el contador con un golazo que todos gritamos como si fuera el de una final del mundo. La Academia fue superior, como en el partido anterior, pero eso no era garantía de nada. El miércoles Belgrano había logrado empatar por un error de la defensa y, por qué no, por la tensión que había. Esta vez no era posible tal tropezón. Si bien Racing se mantenía en primera con un empate, no era lo más conveniente porque significaba que los cordobeses lo podían dar vuelta en cualquier momento. Había que ganar o ganar. Mantener el 1 a 0 ó liquidar con un gol más.
Durante el segundo tiempo, no hubo tiempo ni de respirar. Con el corazón en la boca, veía como Belgrano dominaba y tenía ocasiones de gol. Una pelota de Gigli que pegó en el travesaño y rebotó en la línea y una jugada de Bustos, que tuvo el arco vacío enfrente y le pifió, nos dejó a todos sin aliento. Increíble. Toda la suerte que Racing no tuvo en el campeonato se le juntó, afortunadamente, en este partido.
Los últimos minutos son eternos y los adicionales, más todavía. Finalmente, el árbitro fue generoso y pitó unos segundos antes del final, mientras las cámaras enfocaban a los fieles hinchas de La Academia que lloraban de la emoción.
Transpiramos la gota gorda, gritamos, puteamos, nos mordimos las uñas y todo eso que se hace cuando el fútbol -y Racing sobre todo- genera ansias y nervios incontrolables. Pero Racing es de primera y en primera se quedó. Qué alivio.