Pusimos un pie en la ciudad del Negro Fontarrosa con la gota gorda recorriendo nuestras frentes porque el micro pedorro en el que viajamos parecía no tener aire acondicionado. Tenía, pero los nobles choferes no se dignaron a prenderlo y luego de tres horas y media de viaje ya respirábamos el dióxido de carbono exhalado por los otros pasajeros. Afortunadamente, después de una bocanada de oxígeno, nos esperaban unas ricas milanesas con ensalada rusa y una buena lavada de cara en lo de la tía Laura y el tío Luis. En realidad, son los tíos de Ana, pero los adoptamos como los nuestros.
Recorrimos, bastante. Caminamos, bastante. Me di cuenta que cuando uno está en una ciudad que no conoce se sorprende con cosas estúpidas como los nombres de los locales o busca similitudes con la gran Ciudad de Buenos Aires. En vano, porque nadie registra ese tipo de comentarios. Nos detuvimos en un cafecito del mini Puerto Madero que está en la costanera y me saqué las zapatillas. Qué placer. Hacía calor, estaba húmedo, pero al lado del Paraná corría un viento refrescante. La bebida fría repuso energías y volvimos para asearnos e ir a buscar a Sabri a la terminal, ella llegaba más tarde.
Momento de una cena compuesta por panchos rápidos porque se hacía tarde para ir a ver a Nonpalidece a un complejo cerca del río, en lo que llaman La Florida -que no tiene nada que ver con nuestra transitada y caótica peatonal sino que es una zona llena de playitas y bares o boliches, el epicentro de la juventud-. Después de mucho reggae y mucho “y dale dale Nonpa” (un poco tímido, parece que a los rosarinos no les va el agite) paramos en un bar a bajonear una pizza con papas fritas y cerveza. Basta para mí, basta para todos.
El sábado nos recibió con un riquísimo asado y con planes de seguir recorriendo. Pero lo interesante vino a la noche, cuando nos rebotaron en el boliche top por un patovica necio que no entendía que la denuncia de pérdida del DNI es también una identificación, provisoria pero identificación al fin. Terminamos en un “barliche” de La Florida. Y fue aquí donde se nos presentó la complicación.
Resulta ser que en la ciudad cuna de nuestra bandera nacional, los transportes públicos por la noche funcionan pero para el traste. Los porteños estamos muy mal acostumbrados, a lo sumo habrá que esperar media hora, pero a las 5.30 o 6 de la mañana siempre pasa algún bondi que, aunque sea, te acerca al barrio. Sin embargo, conseguir un taxi a la salida de algún lugar en esa zona de Rosario es casi una odisea porque hay pocos y pasan todos ocupados. Además, los escasos colectivos que hay no paran, lo que genera gran irritación en los adolescentes pasados de alcohol y euforia. Caminamos muchísimo, sin rumbo definido, siguiendo a la gran masa de gente que no tiene la suerte de tener algún amigo con auto y terminamos en una avenida, vaya a saber uno dónde, plagada de adolescentes, esperando a que algo nos parara. Pasaban taxis vacíos y colectivos poco cargados de adultos, que ciertamente no volvían de bailar. Pero nada, che. La gilada se empezaba a impacientar y se complotaban para cortar la calle e impedir el paso. “¡Éste para o para!”, gritó uno y todos lo siguieron con aplausos y alaridos. El 35/9 cambió de carril y pasó haciendo pito catalán pero un flaco enfurecido se colgó del estribo y enloqueció, cual simio, exigiéndole al chofer que le abriera porque, de lo contrario, le rompía todo. Dicho y hecho, le pegó una patada al vidrio de la puerta y lo astilló todo. A todo esto ya hacía fácil una hora que estábamos a la deriva. Finalmente, nos movimos hacia una esquina más adelante, lejos de las paradas de colectivos y de los chimpancés coléricos e hicimos señas a todo tipo de transporte hasta que un tachero generoso nos paró, a riesgo de ser acorralado por todos los que venían corriendo. Y he aquí el problema número dos: éramos seis. El intercambio de palabras con el hombre se desarrolló en tiempo récord y accedió a llevarnos. “Pero les va a salir el doble, eh. Como si se tomaran dos taxis”, aclaró y nos contó que no suelen subir a los jóvenes por el tema de la inseguridad y porque están todos “atacaditos” cuando termina la noche. Llegamos, apretujadas pero llegamos y, sin dudas, fue el viaje en taxi más caro de mi vida. Menos mal que el precio final se dividió en seis, de otra forma, el domingo hubiéramos tenido que volvernos a dedo a nuestra querida Ciudad de Buenos Aires, que para muchos será una mierda, pero para mí es bastante cómoda.
6 comentarios:
dios ,que odisea. inolvidable tu viaje a rosario jaja, y uno que piensa que en buenos aires estan todos locos o que el porcentaje mas alto de locura se situa en nuestra infernal ciudad NO.
no le saques el transporte a un rosarino,es capaz de matar!
saludos, espero te hayas recuperado del taxi jaja nada que irrite mas que tomar un taxi y que encima te cobre caro
ahora me diste ganas de ir a rosario :(
welcome to the jungle...
slds
ajaj toy con gonza...quiero ir a rosario ahora
En mi put avida fui a Rosario, es hora.
Sólo hablé con dos rosarinos en el último recital de soda. Los pibes estaban cagadísimos, pensaban que los iban a afanar en cualuqier esquina porteña...
Así fue.
para mí es una mierda, en especial ahora que estoy recién vuelta, pero algo cómoda es.. igual mar del plata está mejor =P
qué turbio lo de los hombresimioborrachos y qué chanta el del taxi, menos mal que llegaste sanita sol!
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