domingo, 30 de diciembre de 2007

Champagne and fireworks

¿Se dice Fin de Año o Año Nuevo? Como sea, este fin del 2007 y casi comienzo del 2008 me encuentra con el blog un poco abandonado (como así han denunciado algunos lectores). Y esta situación se va a extender hasta por lo menos el 16 de enero, cuando regrese de mis merecidas vacaciones gasoleras en San Bernardo. En 2papiros se preguntaban si los blogs se toman vacaciones... Bueno, Pancitos sí se toma, por más que no haya sido el más activo de todos durante el año. Resulta ser que todavía no le agarro el ritmo, todavía soy una novata en esto del periodismo y más aún en el ámbito de los blogs (creo firmemente que ambas áreas están muy relacionadas entre sí). Acabo de terminar mi primer año en TEA y cuando me dijeron que había aprobado todo me creí la Wonder Woman del oficio y después pensé "¿sabés cuánta cindor te hace falta, nena?". Me faltan dos años de carrera y muchos más de experiencia... y cuando tenga todo lo requerido, tal vez logre un blog un poco mejor y con un poco más de actividad que la actual.
En fin, como es tiempo de ponerse sentimental, espero que hayan tenido un 2007 positivo y si no fue así, hagan lo posible para que el 2008 empiece con el pie derecho, sin quemarse y sin resaca. Y acuérdense que todos los 31 de diciembre tenemos una oportunidad para empezar de nuevo.
Les dejo a mi querido Panes en coma, sólo por un rato, esperando que ustedes no dejen de visitarme porque como dijo ¿Bandana?: "Sin ustedes no somos nada".
¡Éxitos, amigos bloggers!

domingo, 23 de diciembre de 2007

Así lo ve Gabo

Estas Navidades siniestras
Ya nadie se acuerda de Dios en Navidad. Hay tanto estruendo de cornetas y fuegos de artificio, tantas guirnaldas de focos de colores, tantos pavos inocentes degollados y tantas angustias de dinero para quedar bien por encima de nuestros recursos reales que uno se pregunta si a alguien le queda un instante para darse cuenta de que semejante despelote es para celebrar el cumpleaños de un niño que nació hace 2.000 años en una caballeriza de miseria, a poca distancia de donde había nacido, unos mil años antes, el rey David. 954 millones de cristianos creen que ese niño era Dios encarnado, pero muchos lo celebran como si en realidad no lo creyeran. Lo celebran además muchos millones que no lo han creído nunca, pero le gusta la parranda, y muchos otros que estarían dispuestos a voltear el mundo al revés para que nadie lo siguiera creyendo. Seria interesante averiguar cuantos de ellos creen también en el fondo de su alma que la Navidad de ahora es una fiesta abominable, y no se atreven a decirlo por un prejuicio que ya no es religioso sino social.
Lo más grave de todo es el desastre cultural que estas Navidades pervertidas están causando en América Latina. Antes, cuando solo teníamos costumbres heredadas de España, los pesebres domésticos eran prodigios de imaginación familiar. El niño Dios era mas grande que el buey, las casitas encaramadas en las colinas eran mas grande que la virgen, y nadie se fijaba en anacronismos: el paisaje de Belén era completado con un tren de cuerda, con un pato de peluche mas grande que un león que nadaba en el espejo de la sala, o con un agente de transito que dirigía un rebaño de corderos en una esquina de Jerusalén. Encima de todo se ponía una estrella de papel dorado con una bombilla en el centro, y un rayo de seda amarilla que habría de indicar a los Reyes Magos el camino de la salvación. El resultado era mas bien feo, pero se parecía a nosotros, y desde luego era mejor que tantos cuadros mal copiados del aduanero Rousseau.
La mistificación empezó con la costumbre de que los juguetes no los trajeron los Reyes Magos - como sucede en España con toda razón -, sino el niño Dios. Los niños nos acostábamos más temprano para que los regalos llegaran pronto, y éramos felices oyendo las mentiras poéticas de los adultos. Sin embargo, yo no tenía más de cinco años cuando alguien en mi casa decidió que ya era tiempo de revelarme la verdad. Fue una desilusión no solo porque yo creía de veras que era el niño Dios quien traía los juguetes, sino también porque hubiera querido seguir creyéndolo. Además, por pura lógica de adulto, pensé entonces que también los otros misterios católicos eran inventados por los padres para entretener a los niños, y me quede en el limbo. Aquel día -como decían los maestros jesuitas en la escuela primaria - perdía la inocencia, pues descubrí que tampoco a los niños los traían las cigüeñas de Paris, que es algo que todavía me gustaría seguir creyendo para pensar mas en el amor y menos en la píldora.
Todo aquello cambió en los últimos treinta años, mediante una operación comercial de proporciones mundiales que es al mismo tiempo una devastadora agresión cultural. El niño Dios fue destronado por el Santa Claus de los gringos y los ingleses, que es el mismo Papa Noel de los franceses, y a quienes todos conocemos demasiado. Nos llegó con todo: el trineo tirado por un alce, y el abeto cargado de juguetes bajo una fantástica tempestad de nieve. En realidad, este usurpador con nariz de cervecero no es otro que el buen San Nicolás, un santo al que yo quiero mucho y porque es el de mi abuelo el coronel, pero que no tiene nada que ver con la Navidad, y mucho menos con la Nochebuena tropical de la América Latina. Según la leyenda nórdica, San Nicolás reconstruyó y revivió a varios escolares que un oso había descuartizado en la nieve, y por eso lo proclamaron el patrón de los niños. Pero su fiesta se celebra el 6 de diciembre y no el 25. La leyenda se volvió institucional en las provincias germánicas del Norte a fines del siglo XVIII, junto al árbol de los juguetes, y hace poco más de cien años pasó a Gran Bretaña y Francia. Luego pasó a Estados Unidos, y estos nos lo mandaron para América Latina, con toda una cultura de contrabando: la nieve artificial, las candilejas de colores, el pavo relleno y estos quince días de consumismo frenético al que muy pocos nos atrevemos a escapar. Con todo, tal vez lo mas siniestro de estas Navidades de consumo sea la estética miserable que trajeron consigo: esas tarjetas postales indigentes, esas ristras de foquitos de colores, esas campanitas de vidrio, esas coronas de muérdago colgadas en el umbral, esas canciones de retrasados mentales que son los villancicos traducidos del ingles; y tantas otras estupideces gloriosas para las cuales ni siquiera valía la pena de haber inventado la electricidad.
Todo eso, en torno a la fiesta más espantosa del año. Una noche infernal en que los niños no pueden dormir con la casa llena de borrachos que se equivocan de puerta buscando donde desaguar, o persiguiendo a la esposa de otro que acaso tuvo la buena suerte de quedarse dormido en la sala. Mentira: no es una noche de paz y amor, sino todo lo contrario. Es la ocasión solemne de la gente que no se quiere. La oportunidad providencial de salir por fin de los compromisos aplazados por indeseables: la invitación al pobre ciego que nadie invita, a la prima Isabel que se quedo viuda hace quince años, a la abuela paralítica que nadie se atreve a mostrar. Es la alegría por decreto, el cariño por lástima, el momento de regalar porque nos regalan, y de llorar en público sin dar explicaciones. Es la hora feliz de que los invitados se beban todo lo que sobro de la Navidad anterior: la crema de menta, el licor de chocolate, el vino de plátano. No es raro, como sucede a menudo, que la fiesta termine a tiros. Ni es raro tampoco que los niños - viendo tantas cosas atroces - terminen por creer de veras que el niño Jesús no nació en Belén, sino en Estados Unidos.


Por Gabriel García Márquez

jueves, 13 de diciembre de 2007

La situación en los call centers de Argentina
Algo más que una voz al otro lado del teléfono
Sin dudas, el oficio del telemarketer está en auge. Son jóvenes que brindan asistencia telefónica y están anclados a un sistema tecnológico que los monitorea todo el tiempo. ¿Esclavos del siglo XXI?

“Primer día de trabajo, digamos, real. Se los resumo en unas pocas líneas: Vodafone, buenos días. Mi nombre es Alejandro, ¿en qué le puedo ayudar?”. Con un tono un tanto irónico, Alejandro Seselovsky sintetiza de esta manera su primera experiencia en un centro de llamadas. Él es un periodista que entró a un call center para contar la historia desde adentro y subió a un blog todo lo que hacía día a día en su experimental puesto de trabajo.
Sin embargo, lo que él relató a lo largo de 30 días es lo que viven miles de jóvenes argentinos a diario cuando llegan a su trabajo. Un trabajo que desde la devaluación, se hizo muy popular entre los que recién salen del cascarón y buscan su primera experiencia en el mundo laboral. Como las opciones son escasas (de hecho, uno de cada cuatro argentinos de entre 15 y 24 años -el 24%- está desempleado), la mayoría recae en estos centros en donde los postulantes son especialmente entrenados y luego realizan o reciben llamadas de clientes durante 6 horas, 6 días a la semana.
Los call centers están tercerizados, es decir, son operados por una compañía que se encarga de administrar y proveer soporte y asistencia al consumidor según los productos o información necesitada de otra empresa que contrata estos servicios. En general, se encuentran en países en vías de desarrollo porque la mano de obra es más barata. Es por eso que en varios centros de Argentina es condición excluyente ser bilingüe, para tratar con clientes estadounidenses o europeos.
Esto quiere decir que los empleados no sólo son dueños de un gran potencial, sino que también están bien preparados porque un alto porcentaje son jóvenes universitarios que buscan sustentar su carrera.
Este empleo parece una buena oportunidad para los más inexpertos ya que el horario de trabajo es part-time, el promedio del sueldo mensual ronda los 1200 pesos a los que se suman las comisiones por ventas. Además, los empleados cuentan con obra social y están en blanco. “Había cambiado de carrera en la facultad y tenía un bache de 6 meses libres. Entonces, decidí empezar a trabajar en un call center porque es un trabajo fácil de conseguir y para el que no se necesita mucha capacitación ni experiencia”, comenta Federico, de 20 años.
Pero como todo, no es perfecto. Alejandro Marchesán es licenciado en Ciencias Sociales y Humanidades y se especializa en Sociología. Para él, los teleoperadores tienen una demanda muy fuerte en lo emocional porque deben estar todo el tiempo atendiendo el teléfono, procurando desde vender, convencer y hasta tranquilizar a los clientes. “Tienen que lidiar con la gente que llama en un marco en el que existe una especie de convulsión social, en donde el enojo y la impaciencia es algo permanente. Entonces, estamos enfrentando una sociedad enojada e impaciente con un joven de 18 años que no tiene la mejor preparación ni la mejor experiencia para hacerse cargo de esa situación”, sostiene Marchesán.
Aquí es donde se presentan las desventajas de este fenómeno. Con el “boom” de call centers que no dejan de surgir y buscar telemarketers todos los domingos en los clasificados, nació también la superexplotación del recurso humano por parte de los empresarios. Así, los puestos de atención telefónica constituyen el eslabón más débil de las telecomunicaciones, sin una ley que ampare a los teleoperadores. En este marco, surgió hace ya algunos años Teleperforados, algo así como un movimiento gremial que agrupa a los telemarketers en lucha por mejores condiciones laborales. El objetivo final de esta pelea, que emprendieron en 2004, es lograr que todos los trabajadores tercerizados y deslocalizados, logren un encuadramiento como telefónicos.
“Las horas de trabajo en un call center exigen mucha energía, mucha atención. Es un empleo rutinario, con una intensidad y exigencia creciente a la hora de repetir tareas. Está vacío de sentido pero mantiene la mente conectada todo el tiempo y la distracción se paga muy caro. Se te despierta una autoexigencia permanente”, comenta Raquel, una representante de Teleperforados, que trabajó en Teleperformance. Según ella, se sufre un abuso permanente debido a que el personal tiene controlado hasta el tiempo para ir al baño. Asimismo, los minutos de retraso luego de los recesos son descontados del sueldo, sin importar si el empleado sufrió algún inconveniente. Por otro lado, enfermarse puede costar el puesto. “Despiden gente tras haber padecido alguna enfermedad no contemplada por el call o la ART debido a que no existe una regulación. Por más que presentes certificado médico, te pueden echar”, dice Raquel.
No suena como un ambiente laboral muy saludable, pero los jóvenes soportan estas situaciones hasta donde pueden. Federico afirma que para él se trata de un trabajo descartable que cuando se logra juntar la plata que se necesita, es posible renunciar sin rodeos. “Además, hay una presión por resolver problemas rápido que, si te lo tomás muy en serio, te quema la cabeza y no lo aguantás más, te querés ir como sea”, agrega.
Este es un síntoma típico de los empleados de los call centers. El síndrome del burn out afecta a la mayoría, aunque no lo conozcan por ese nombre. Es una de las consecuencias del estrés, junto con el insomnio, que surgen cuando se tiene un compromiso con el resultado que excede al compromiso con un objetivo realizable. Estos objetivos, que imponen los superiores, generan una presión que pocas veces los jóvenes toleran y que también les afecta en su vida personal y en sus estados de ánimo.
Enfrentarse con problemas ajenos y buscar soluciones a contrarreloj, altera las emociones de los empleados que siempre deben atender como si fuera la primera llamada del día y lo deben hacer de una manera amable, más allá del trato que ellos reciban de los clientes. Estas emociones guardadas fermentan y explotan. Pero, en general, estallan en las relaciones extra laborales, con la familia y los amigos, porque cualquier desliz ante un supervisor puede significar el despido inmediato.
“Es un juego un tanto perverso. Las empresas y los chicos se asocian de alguna manera. Los empleadores pagan lo suficiente para que los chicos no se vayan y los empleados trabajan lo necesario para que los empleadores no los echen”, concluye Marchesán.


Por María Sol Romero

lunes, 10 de diciembre de 2007

1. f. Serie de príncipes soberanos en un determinado país, pertenecientes a una familia.
2. f. Familia en cuyos individuos se perpetúa el poder o la influencia política, económica, cultural, etc.
El significado de dinastía me asustó un poco. Que no se le ocurra modificar nuestra Carta Magna, ¿no?

domingo, 9 de diciembre de 2007

Las chicas al poder


¿Mañana San Perón?
¿Zafamos de la "asistencia obligatoria" a IPI?
Viva la pepa

miércoles, 5 de diciembre de 2007

Periodismo y Blogs

Entrevista a Darío Gallo
El clásico anotador del periodista en versión virtual
Darío Gallo es periodista y blogger empedernido. Para él, el secreto del éxito de un blog está en relacionarse para generar un intercambio del que surjan nuevas cosas.

Desde el boom de Internet, han surgido centenares de aplicaciones que permiten a los usuarios administrar sus propias páginas en la web a su gusto. Uno de los fenómenos más populares entre los cibernautas son los weblogs (o blogs). No es un programa ni un jueguito, se trata de una página que hace las veces de diario íntimo y permite al blogger, su “dueño”, contar lo que se le ocurra utilizando diferentes soportes: palabras, videos, audios y piezas de animación, entre otras cosas.
Cualquiera puede tener uno pero en los últimos años se acrecentó una tendencia y cada vez son más los periodistas que se animan a iniciar un blog que sea paralelo a su trabajo en la redacción. Uno de ellos es Darío Gallo, editor ejecutivo de la revista Noticias, que desde el 2005 viene administrando varios blogs. Actualmente modera cerca de ocho y cada vez que se le ocurre una nueva idea, abre uno nuevo.
¿Por qué decidiste hacerte un blog?
Trabajo mucho con páginas web y cuando encuentro una nueva aplicación trato de suscribirme y usarla. Me había suscripto a Blogger, que es el servicio de blogs que uso ahora, en 1999 pero no entendía bien para qué servía y lo dejé mucho tiempo hasta que lo retomé recién en el 2005. Ese año saqué un libro y pensé que era una buena forma de publicitarlo. También me interesó porque quería llevar un diario de mi profesión y nunca lo había hecho por haraganería o falta de tiempo. El blog me parece ideal para ir contando día por día los hechos más importantes de mi carrera.
¿Se puede atribuir el surgimiento de los blogs a la falta de libertad de prensa?
Quedaría muy bien decir que sí. Si esto es cierto habría muchísimos periodistas de medios grandes que tendrían blogs y no veo que sea así. Es probable que en los blogs circule información que en los grandes medios no. Pero tampoco los periodistas abren uno anunciando que van a contar lo que no pueden decir desde su posición en un diario importante.
Sos administrador de varios blogs, ¿cómo seleccionás la información?
Cuando lográs tener cierta cantidad de lectores ellos mismos te nutren con material. Por otro lado, tener contactos en el exterior es una ventaja porque te mandan información que sale en los medios de sus países y que acá no tenemos acceso. En realidad, se va haciendo casi una selección natural. Mi criterio de elección es todo aquello que me interesa y que creo que le va a interesar a los otros. El que entra y se interesa, va a volver a entrar y va a dejar su comentario y generará otras cosas: dejará sugerencias o un link para que visite.
¿Se te dificulta administrar tantos tan diferentes entre si?
Le dedico mucho tiempo a los blogs pero se corre con la ventaja de que a cualquier hora es posible publicar algo. También existe la posibilidad de dejar algo en borrador y publicarlo cuando se quiere. Aparte, nada de lo que subo pasa de las 15 líneas, son textos bastante cortos comparados con una nota tradicional.
Chimichurri electoral es un blog que está hecho para elmundo.es y aborda la política argentina, tema que puede prestar para polémica ¿Esto representa una responsabilidad?
En realidad, que haya polémica en el periodismo es habitual, la falta de polémica es el problema. Cuando hay polémica significa que algo está vivo, que genera cosas. Este blog busca básicamente tratar de explicarles a los que no tienen la menor idea, cómo son los manejos del poder en Argentina utilizando un lenguaje comprensible, porque no se trata de una clase universitaria sino de una página de Internet a la que todos tienen acceso.
¿Sirven como ejercicio para los estudiantes o para los que recién empiezan?
Sí, es fundamental porque alguien que quiere ser periodista tiene que lograr llegar con su mensaje. Uno no quiere ser aburrido y cuando ves tus trabajos publicados en la web, vas entendiendo cuál es la forma más concreta de llegar al lector.
¿Cómo ves el futuro de los blogs?
Todo muta, va cambiando. Es probable que tengan un tiempo más de auge, más que nada porque ahora los grandes medios incluyen blogs en sus páginas. Pero ya hay nuevas aplicaciones, como los microblogs, en los que se escriben cosas cortas y concisas. Supongo que después vendrán videoblogs, en los que se subirán sólo videos y se podrá “jugar” a tener un canal propio de televisión. Cualquiera de estos formatos tiene el mismo fin y para nosotros tiene que tener importancia siempre porque es baratísimo. Con un peso vas a un ciber y podés armarte lo que quieras.
¿Cambió la forma de hacer periodismo desde la revolución de Internet?
Yo creo que Internet cambia el lenguaje y la forma de presentar las cosas. Hay muchos aspectos del formato web que aparecen en una publicación impresa. Hay una dinámica que antes no existía. La web simplifica y sintetiza, eso puede ser bueno o malo.

domingo, 2 de diciembre de 2007

Para mentes rápidas

Me veo en un aprieto blogístico (?) al no saber qué subir para que la gente lea. Capaz más adelante subo algún trabajo final de TEA. Primero los tengo que aprobar. Vaya detalle.
Entonces, como es domingo y el domingo se presta para escribir, voy a contar que durante este fin de semana mis amigos y yo pusimos a prueba nuestras mentes con un juego muy tonto pero entretenido que nos exprimió el cerebro al punto de la puteada. Creo que es bastante conocido y se utiliza para calmar adolescentes cuando están inquietos en algún viaje en micro, al menos así funcionaba mientras estuve en el secundario.
Básicamente, consiste en que una persona del grupo debe pensar un código, complicado pero descifrable, y tiene que empezar diciendo: "Yo entro a la carpa con un...". En ese espacio en blanco va algún objeto/nombre/lo que se te ocurra que debe corresponder a ese código pensado. Por ejemplo, si me toca empezar a mí y se me ocurre que el código es que todos tienen que decir objetos/nombres/whatever que empiecen con la primera letra de su nombre, tendré que decir: "Yo entro a la carpa con un Salero" (porque me llamo Sol). Los otros empezarán a preguntar y entre tantas palabras probablemente digan una con la inicial de su nombre. El que coordina, debe responder si o no y a medida que va avanzando el juego la idea es que se vayan dando cuenta en qué pensó el coordinador y descifrar el código.
Claro que el ejemplo es muy tonto, hay que pensar algo mucho más complejo que haga pensar al resto. Cuanto más enredado es el código más divertido es y se puede pasar un rato largo pensando y desesperando también. El único problema se presenta cuando tienen un amigo que es muy veloz con los problemas de ingenio -de esos que pueden resolver el maldito cubo mágico en 5 minutos- o cuando alguna otra no termina de entender nunca en qué consiste el juego (mis amigos sabrán comprender).
Empezó todo después de un juego de cartas el sábado a la noche y, entre cerveza y cerveza, se fue poniendo cada vez más jodido. Siguió esta tarde de domingo calurosa entre tererés y galletitas en el Parque Rivadavia y promete seguir salvando tardes al pedo. Prueben.