domingo, 24 de febrero de 2008

Compare and contrast

Tuve la posibilidad de ver a una misma banda en dos lugares diferentes, en menos de un mes. La primera oportunidad fue el 8 de febrero en la ciudad de Rosario, Nonpalidece se presentó en River Sound, un complejo que está a orillas del Paraná. El escenario estaba al aire libre y la noche era perfecta para disfrutar de un recital. El grupo se hizo desear bastante pero eso no parecía molestar a ninguno de los presentes -me refiero a que la gente normalmente se empieza a impacientar y chiflan, gritan, aplauden, etc.- Cuando se apagaron las luces y Mr Néstor y sus extensísimas rastas salieron a escena, se sintió un poco más de entusiasmo por parte del público (¿o debería decir de “el aguante”? -leáse aguante como esos fanáticos que los siguen a todos lados-). Como sea, apenas terminó el primer tema me di cuenta del estado del cantante, pasadísimo de faso o lo que sea que consuma. De hecho, creo que no era sólo él, era la banda entera que iba a un ritmo lento, como que la estaban re flasheando entre ellos y nos estaban dejando a todos nosotros afuera. Era muy relajante y con el cansancio que yo tenía a cuestas por el viaje -había llegado ese mismo día- todo parecía darse como sobre una nube verde. En la lista de temas predominaron aquellos que están en el último disco de la banda y escasas canciones de los anteriores. Por otro lado, el público parecía demasiado tímido para la ocasión. Me imaginaba que, como la banda no rumbea para esos lados normalmente, iba a haber mucho agite contenido y ganas de moverse. Pero no. Ni siquiera cuando sonaba La Flor, que es el tema en el que el himno de la banda se hace oír, la gente se exaltó. Se escuchaba un lejano “Y dale, dale Nonpa”, mientras el líder se quedaba quietito en el escenario sin pegar los saltos que da habitualmente.
En cambio, el pasado sábado 23, fui a El Teatro de Flores a verlos de nuevo. Lo voy a decir brevemente: fue una fiesta. Por empezar, la impuntualidad sí impacientó a la masa. Tocó una banda soporte que alargó la espera y logró que el cantito y los chiflidos se repitieran reiteradas veces para que, de una vez por todas, saliera Nonpa a tocar. La energía que hubo durante todo el recital, fue la que le faltó potenciada por veinte al anterior. El ritmo era mucho más acelerado y se notaba que la banda estaba en la misma sintonía con el público, que tenía sed de reggae. Desde mi posición privilegiada, es decir sobre un escaloncito porque soy bajita, veía como todos se movían de un lado para el otro y escuchaba cómo coreaban las canciones al mismo tiempo que agitaban los brazos. Había muy buen clima y a diferencia del recital en Rosario, hicieron una lista de temas más equilibrada que mechaba lo nuevo con lo viejo. El cantante bailó desaforadamente y habló con los presentes, cosa que no ocurrió el 8. Probablemente, le pegó para el otro lado o lo combinó con otras sustancias. De cualquier modo, todos íbamos al mismo paso y en los momentos que ameritaban el agite, así se dio.
No me fui disconforme del recital que dieron en Rosario porque suenan bien de todas maneras. Lo que faltó, más allá del estado de la banda, fue una buena respuesta del público, que para mí es fundamental. En Flores, además de que la banda salió con otra actitud, la gente respondió mejor y supo intercambiar esa buena vibra con Nonpalidece.

miércoles, 20 de febrero de 2008

Collage

Me encanta el último video de Gustavo Cerati, Lago en el cielo, siempre le descubro cosas nuevas...

lunes, 18 de febrero de 2008

¡Extra, extra!

¿Y vos qué me decís de esto?

miércoles, 13 de febrero de 2008

Rosario siempre estuvo cerca (o casi)

Pusimos un pie en la ciudad del Negro Fontarrosa con la gota gorda recorriendo nuestras frentes porque el micro pedorro en el que viajamos parecía no tener aire acondicionado. Tenía, pero los nobles choferes no se dignaron a prenderlo y luego de tres horas y media de viaje ya respirábamos el dióxido de carbono exhalado por los otros pasajeros. Afortunadamente, después de una bocanada de oxígeno, nos esperaban unas ricas milanesas con ensalada rusa y una buena lavada de cara en lo de la tía Laura y el tío Luis. En realidad, son los tíos de Ana, pero los adoptamos como los nuestros.
Recorrimos, bastante. Caminamos, bastante. Me di cuenta que cuando uno está en una ciudad que no conoce se sorprende con cosas estúpidas como los nombres de los locales o busca similitudes con la gran Ciudad de Buenos Aires. En vano, porque nadie registra ese tipo de comentarios. Nos detuvimos en un cafecito del mini Puerto Madero que está en la costanera y me saqué las zapatillas. Qué placer. Hacía calor, estaba húmedo, pero al lado del Paraná corría un viento refrescante. La bebida fría repuso energías y volvimos para asearnos e ir a buscar a Sabri a la terminal, ella llegaba más tarde.
Momento de una cena compuesta por panchos rápidos porque se hacía tarde para ir a ver a Nonpalidece a un complejo cerca del río, en lo que llaman La Florida -que no tiene nada que ver con nuestra transitada y caótica peatonal sino que es una zona llena de playitas y bares o boliches, el epicentro de la juventud-. Después de mucho reggae y mucho “y dale dale Nonpa” (un poco tímido, parece que a los rosarinos no les va el agite) paramos en un bar a bajonear una pizza con papas fritas y cerveza. Basta para mí, basta para todos.
El sábado nos recibió con un riquísimo asado y con planes de seguir recorriendo. Pero lo interesante vino a la noche, cuando nos rebotaron en el boliche top por un patovica necio que no entendía que la denuncia de pérdida del DNI es también una identificación, provisoria pero identificación al fin. Terminamos en un “barliche” de La Florida. Y fue aquí donde se nos presentó la complicación.
Resulta ser que en la ciudad cuna de nuestra bandera nacional, los transportes públicos por la noche funcionan pero para el traste. Los porteños estamos muy mal acostumbrados, a lo sumo habrá que esperar media hora, pero a las 5.30 o 6 de la mañana siempre pasa algún bondi que, aunque sea, te acerca al barrio. Sin embargo, conseguir un taxi a la salida de algún lugar en esa zona de Rosario es casi una odisea porque hay pocos y pasan todos ocupados. Además, los escasos colectivos que hay no paran, lo que genera gran irritación en los adolescentes pasados de alcohol y euforia. Caminamos muchísimo, sin rumbo definido, siguiendo a la gran masa de gente que no tiene la suerte de tener algún amigo con auto y terminamos en una avenida, vaya a saber uno dónde, plagada de adolescentes, esperando a que algo nos parara. Pasaban taxis vacíos y colectivos poco cargados de adultos, que ciertamente no volvían de bailar. Pero nada, che. La gilada se empezaba a impacientar y se complotaban para cortar la calle e impedir el paso. “¡Éste para o para!”, gritó uno y todos lo siguieron con aplausos y alaridos. El 35/9 cambió de carril y pasó haciendo pito catalán pero un flaco enfurecido se colgó del estribo y enloqueció, cual simio, exigiéndole al chofer que le abriera porque, de lo contrario, le rompía todo. Dicho y hecho, le pegó una patada al vidrio de la puerta y lo astilló todo. A todo esto ya hacía fácil una hora que estábamos a la deriva. Finalmente, nos movimos hacia una esquina más adelante, lejos de las paradas de colectivos y de los chimpancés coléricos e hicimos señas a todo tipo de transporte hasta que un tachero generoso nos paró, a riesgo de ser acorralado por todos los que venían corriendo. Y he aquí el problema número dos: éramos seis. El intercambio de palabras con el hombre se desarrolló en tiempo récord y accedió a llevarnos. “Pero les va a salir el doble, eh. Como si se tomaran dos taxis”, aclaró y nos contó que no suelen subir a los jóvenes por el tema de la inseguridad y porque están todos “atacaditos” cuando termina la noche. Llegamos, apretujadas pero llegamos y, sin dudas, fue el viaje en taxi más caro de mi vida. Menos mal que el precio final se dividió en seis, de otra forma, el domingo hubiéramos tenido que volvernos a dedo a nuestra querida Ciudad de Buenos Aires, que para muchos será una mierda, pero para mí es bastante cómoda.